jueves, 14 de marzo de 2013

El Día Después


...un par de misteriosas coincidencias


Hoy es 14 de marzo. El  día antes del Idus de Marzo. Es también el primer día del primer Papa jesuita y de ultramar de toda la historia. Y resulta que ese Papa es el Cardenal Bergoglio, de Buenos Aires, quien fuera bête noire hasta de moderados, hasta de muy moderados. Pasados el pánico, el horror y el asco, quisimos en esta casa recordar un par de pequeñas pero misteriosas coincidencias

El 14 de marzo de 1535, el hidalgo vascón Iñigo de Loyola, cansado del ninguneo que lo veía como un begardo extravagante, se recibe de Maestro en Artes en la Universidad de París. Sería el primer jesuita y el primer jesuita universitario; ese 14 fue el alba del jesuitismo y de quizá la más significativa y sistemática Paideia cristiana de los tiempos modernos. A partir de entonces, el hidalgo vascongado sería conocido, dentro y fuera de su Sociedad, como Magister Ignatius.

El 14 de marzo de 1800, en Venecia, en medio de la estrecha franja costera todavía ocupada por las fuerzas de la Coalición, un maltrecho grupo de cardenales elegía a un Papa. Su antecesor había sido había sido secuestrado el año anterior (1799) por las fuerzas de la Francia revolucionaria y había muerto en cautiverio, en la ciudad francesa de Valence. Murió sin recibir un entierro católico, porque los sacramentos estaban prohibidos. Cuenta una historieta que las autoridades francesas que lo custodiaban pusieron el siguiente epitafio en su tumba: "M. Braschi, conocido con el nombre artístico de Pío VI". No sería rara esa última infamia, porque un año antes de su muerte, el depravado Sade (que gracias a la Revolución pasó de presidiario a funcionario) lo pondría como personaje en una de sus novelas; además, su efigie había sido quemada varias veces durante los grandes aquelarres demagógicos de los revolucionarios en París. Lo cierto es que tras su muerte, la prensa jacobina anunciaba: "Ha muerto el último Papa. Ha desaparecido el Pontificado Romano". Sin embargo,  antes de su secuestro, Pío VI había dado instrucciones para que,  ante la ocupación de Roma, el Cónclave pudiera celebrarse en cualquier ciudad del mundo donde se congregase  el mayor número de cardenales. Y en esas circunstancias, es que  saldría elegido  el Obispo de Ímola, Monseñor Chiaramonti, monje de la religión de San Benito -y sospechoso de tendencias liberales, pues en un sermón en 1797, durante el establecimiento de la revolucionaria República Cisalpina, proclamaba la compatibilidad entre la democracia y el cristianismo-. 

Pero la escuela de Pío VII sería la escuela del Dolor; y allí se desengañaría de cualesquiera simpatías revolucionarias o "prudenciales" que quizá tuvo en algún momento, a lo mejor por el prurito de "estar de acuerdo al siglo", alcanzando, durante el cautiverio al que también sería sometido, virtudes místicas y sapienciales.

Como las joyas papales habían sido robadas por los napoleónicos, el Papa tuvo que ser coronado con una tiara de papel maché. Tendría todavía mucho que sufrir por obra de Napoleón, pero lograría la restauración de la ínclita Compañía de Jesús en 1814, después de cuarenta años de haber sido disuelta

¡Interesantes coincidencias! ¿Será el sinuoso cardenal jesuita Bergoglio  aleccionado en esta misma escuela de persecución y sufrimiento, que lo alejará con dolores inauditos de las quimeras del progresismo y del pastoralismo y lo llevará a convertirse en el Pastor Místico que vuelva a rendir un culto agradable a Dios? ¿O será el "Papa del Gesto" que no alterará la doctrina ni combatirá la liturgia, porque ni la liturgia ni la doctrina le interesan y que "saldrá al encuentro" de las "personas" en una plétora nausabeunda y farsaica de "manos tendidas" y demás slóganes y disfuerzos vacíos hacia los enemigos de la Iglesia y los violadores de todo orden divino y natural? 

Qui vivra, verra! 

Pero hubo un signo que pasó algo desapercibido en estos días. Un personaje particular apareció en la Plaza de San Pedro durante la misa de inauguración del Cónclave, en medio de la lluvia:





En palabras de Santo Tomás de Aquino: Nunca faltaron hombres con espíritu de profecía...

4 comentarios:

  1. Mi querido Sacristán, un gran gusto el verlo nuevamente al pie del campanario, listo para repicar las campanas de alarma cuando la jauría de lobos embista.
    Rafael M. (Lima)

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  2. Don Rafael: a falta de salmones, buenos son los sacristanes y si es en forma de revista, ¡pues mejor!

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  3. ¡Yeeeh! ¡Volvió el Sacristán! Adelante, don Sacri. Bienvuelto.

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